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Viernes 6 de marzo de 2020

Pasión por la química y por la formación de nuevos profesionales | Silvana Ramírez, en Biografías

Una de las formas de visibilizar la problemática de género en el campo científico es conociendo el recorrido de distintas mujeres que se dedican a la ciencia y a la tecnología. Con esa intención nació Biografías, historias de mujeres en la ciencia, una serie de entrevistas gráficas y podcast que cuenta el recorrido personal y profesional de 14 investigadoras docentes de la UNGS, sus juegos en la niñez, las razones de la elección de la carrera, las personas que las inspiraron y las inspiran, los desafíos que debieron enfrentar a lo largo de su carrera, la vida familiar, las posibilidades de ocupar cargos jerárquicos y también sobre sus proyecciones para el futuro.

“Pasión por lo que hago, ganas de dejar algo mío y formar gente joven”, contesta Silvana Ramírez, para resumir en pocas palabras su carrera profesional.

Silvana llega algo tímida al estudio de radio. Piensa que no es buena para dar entrevistas, aunque a diario se enfrenta a un gran número de estudiantes para entusiasmar con la química. “Ojalá sirva para despertar vocaciones científicas”, dice al despedirse.

Silvana tiene 60 años. Vive en Caballito, junto a su hija y su marido. Es licencia en Ciencias Químicas, disciplina en la que también obtuvo un doctorado y posdoctorado. Actualmente es investigadora docente del área de química Ambiental del Instituto de Ciencias, de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).

“Nací en la ciudad de Buenos Aires. Soy nieta de inmigrantes italianos que llegaron al país alrededor del año 1914 y soy primera generación de universitarios. Y hago algo que realmente me gusta mucho y que disfruto, que es hacer investigación en ciencias químicas”, se presenta.

Recuerda que desde chica tiene esa “necesidad de observar, de registrar, que es tan afín a las ciencias experimentales”. Cuando cumplió 10 años su papá le regaló un juego de química y un microscopio, que usaba para hacer pequeños experimentos en la cocina de su casa, como disolver sal en agua. “Me encantaba ver la presión del vapor y ver cómo se volvía a ver la sal luego de que se evaporaba la totalidad del agua. Me gustaba ver trocitos de pasto, bichitos y gotas de agua en el microscopio, todo eso siempre me fascinó. Creo que después deje el juego y se transformó en otra cosa un poco más seria”, cuenta con entusiasmo.

Asistió a una escuela primaria en la que se hacían talleres de ciencia frecuentemente. “Una vez la profesora nos llevó a la escuela técnica que estaba cerca del colegio y ahí vi como los chicos de mi edad trabajan en el taller. Eso me atraía porque me gustaba trabajar con mis hermanos. También nos llevaron a visitar un laboratorio. Esa visita fue lo que realmente me llevo a elegir una carrera técnica para hacer el secundario. Así que eso hice. Lo primero difícil fue comunicárselo a mis padres”.

- ¿Por qué?
- En esa época, las chicas iban al bachillerato o al comercial y yo quería ir a una escuela técnica, que era una escuela netamente para varones. Y en realidad la proporción de mujeres era muy pequeña, de hecho cuando yo entré éramos tres chicas en una división de 30 varones. Fue una etapa linda, pero había que amoldar las necesidades de una escuela diseñada para varones para las presencia de niñas, por ejemplo, vestuarios para mujeres o adaptar la clase de actividad física.

- ¿Y tus padres cómo lo tomaron?
- Creo que los termino de convencer el tema de la proximidad, aunque no estaban tan felices por la elección. Mi mamá pensaba que yo tenía buena capacidad para las letras, lo cual es cierto, pero me gusta escribir pero para mí.

Silvana se recibió de técnica química en la Escuela Técnica Nº 9 Ingeniero Huergo, de Caballito. El bichito de la química ya le había picado. Así que en 1979 se inscribió para cursar la Licenciatura en Química, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Su primer contacto con la universidad fue en el momento de la inscripción. “El primer día da un poco de miedo. Si bien yo estaba acostumbrada a un colegio grande el edificio de Exactas, en Ciudad Universitaria, genera respeto. Y en general, no había carteles indicadores, entonces llegabas a un lugar que no conocías, no tenías indicaciones, tenías que preguntar a alguien que pasaba por ahí dónde era la inscripción, y te daban un formulario que tenías que completar sola. Creo que eso era ya un impacto importante”, sostiene Silvana, que agrega que también el primer semestre le resulto duro. “Yo no conocía ese espacio, no tenía amigos y tenía que organizarme el horario para tener tiempo para estudiar, además de darte cuenta de qué el viaje era largo, yo en ese momento viaja 50 minutos de ida y vuelta, todos los días”.

Silvana, en la Facultad de Exactas de la UBA luego de rendir su último final. (Mayo de 1985).

Salvo cuestiones lógicas como finales para recuperar, Silvano no tuvo dificultades durante su carrera. Durante esos años estaba muy concentrada en un estudio, hacía algo de deporte y también disfrutaba de la familiar y de salir con amigos. A mediados de 1985 se graduó y salió a buscar trabajo en la industria.

En realidad, su primera experiencia laboral fue una pasantía en una empresa petroquímica de la Ciudad de La Plata, a la que llegó por un cartel que vio pegado en la facultad el día que rendía su último examen. “El trabajo me pareció muy interesante -dice-, porque me permitía aplicar lo que había aprendido sobre química analítica a procesos de control de calidad en planta. Fue una experiencia linda, y cuando termino busque trabajo en otros laboratorios también de análisis químicos. Pero en un momento me di cuenta que la rutina no era la mío”.

- ¿Y qué era lo tuyo? ¿Que querías hacer?
- Quería hacer cosas nuevas, desarrollar, investigar, ahora puedo ponerle nombre, ¡quería investigar! En esa época no tenía un nombre, si sabía que había gente que hacia investigación, pero nunca lo había relacionado con el interés que yo tenía. Así, que convencida de que para mí estar en la industria no era suficientemente alentador o incentivador, me acerque a la facultad nuevamente. Allí había un grupo nuevo que se dedicaba a la química electroanalítica. Así que me sume al equipo aunque no era una disciplina que yo hubiera estudiado en profundidad durante la carrera. Sobre ese tema hice mi tesis doctoral, trabajando como ayudante de primera y tratando de ascender en la carrera académica. Cuando terminé mi tesis doctoral fui a trabajar durante un año a Inglaterra, a la Universidad de Leicester. A esa altura ya tenía una hija recién nacida.

- ¿Cómo lograste hacer convivir la vida académica y la vida familiar?
- Bueno, surgió la posibilidad de la beca y también estaba la nena y mi familia me acompaño. Sus primeras palabras fueron en inglés.

Con su beca posdoctoral finalizada, Silvana regresó a la Argentina junto a su familia. Volvió a trabajar en la UBA y luego de unos años decidió buscar nuevos horizontes porque creía que en ese espacio ya había llegado a su “techo científico”. Allá por 1998, apareció en su horizonte la UNGS, una universidad que tenía pocos años de vida y de la que no conocía mucho. “Todavía en Exactas, un día me crucé en los pasillos con Anita Zalts (química e investigadora docente de la UNGS ya jubilada), se despidió y me contó que iba a trabajar a la UNGS y fue así como yo también conocí este lugar. Me pareció una apuesta muy interesante, en ese momento reunía algo que estaba necesitando que era generar mi espacio propio”, recuerda.

- ¿En que consiste ese espacio propio que pudiste desarrollar en la UNGS?
-Es difícil de definir. Es en parte un espacio físico, pero también es la posibilidad que me dio esta universidad de desarrollar las ideas que yo tenía intenciones de desarrollar. Fue muy interesante porque comenzamos de cero, sin tener ningún laboratorio, haciendo lo que podíamos. Luego se consiguió financiamiento y pudimos tener un espacio en el campus tan bonito y que alberga tantos sueños. Y también fue el desarrollo de un grupo de trabajo con ideas compartidas y con distintas orientaciones, pero siempre dentro de la química ambiental, aplicando el electroanálisis pero en distintos proyectos.

Actualmente Silvana trabaja en varios proyectos de investigación del área de química ambiental del Instituto de Ciencias de la UNGS. Su especialidad es la electroquímica, que estudia la interacción entre la electricidad y la materia. “Algo que siempre está presente en motivaciones, es que lo que yo hago pueda ser transferible a la sociedad y cuanto más barato mejor, esa es mi idea. Y estos dos proyectos son bastante económicos por el tipo de materiales que tratamos de emplear”, destaca y agrega que le interesan el desarrollo y aplicación de estrategias electroquímicas para la cuantificación de analitos, es decir sustancias, en particular, aquellas derivadas de actividades humanas y de relevancia ambiental.

En el laboratorio de la UNGS junto a su colega Helena Ceretti.

Silvana dirige tesis de maestría y de doctorados y dicta clases en el marco de la Tecnicatura Superior en Química y en la carrera de ingeniería química.

-¿Cómo es la tarea de formar a futuros profesionales?
-Es muy interesante transmitirle a los más jóvenes la experiencia que uno tiene, las discusiones que se dan en el charlar, en el uno a uno y en el mismo nivel. Esa es una forma de trabajo que tengo, trabajar y pensar los problemas todos juntos a la par.

- En esta tarea de formación ¿qué cosas replicas o no de tu etapa como estudiante?
-No tuve tutora. Tuve dos tutores, Dionisio Posadas y Gabriel Gordillo, justamente está forma de trabajar en donde estamos todos juntos preguntándole a la materia y ella nos responde. Porque cuando eso es un ensayo, se interroga a la materia, se recibe una respuesta y luego hay que interpretarla y finalmente armar una historia para contarla al mundo.

-A veces los resultados de las investigaciones se comparten solo entre científicos de la misma disciplina y no pasan la frontera de la academia ¿Cuál crees que es en esa instancia el rol de las y los científicos?
- Creo que es muy importante establecer vínculos entre la academia y el usuario potencial de ese estudio que se está realizando, sea en otra universidad, en la industria, o en el ámbito de la salud, todos los espacios en los que uno hace pueda ser de utilidad.

- ¿Cómo se puede incentivar las vocaciones científicas en los más jóvenes?
- Tiene que ser a través del juego y de descubrir que hay cosas fantásticas y hermosas en el mundo que nos rodea. Hace muchos años atrás, con Anita Zalts llevamos una serie de actividades experimentales a un jardín de infantes y pudimos ver cómo los chicos se maravillaban con cosas muy sencillas. En mi caso, hice también ensayos en la cocina de mi casa para entretener a mi hija y a sus amigas. Creo que ese es el camino.

-Una de las imágenes distorsionadas que hay en ciencia es el estereotipo del científico: un hombre, más bien grande, de pelo blanco y alocado y con guardapolvo. ¿Esa imagen, ese estereotipo, se repitió a lo largo de tu carrera?
-No. Honestamente lo que vi a lo largo de mi carrera profesional, de mi formación en la universidad y aquí mismo, es que somos todas personas comunes. No estamos todo el tiempo en el laboratorio, tenemos vida, hijos, una familia, también cocinamos y tenemos una pasión: la ciencia. Pero somos personas, vamos al supermercado y también necesitamos vacaciones.

-¿Tuviste alguna referente mujer?
-Sí, Mabel Tudino, una fue una de las primeras docentes que marcaron mi forma de trabajo actual, junto con mis dos tutores durante el doctorado. Era una docente muy dedicada y muy exigente, ha tenido una excelente carrera académica, dirigió durante mucho tiempo un servicio de análisis de trazas en la facultad, hizo su doctorado, mamá, esposa y también fue presidenta de la Asociación Argentina de Químicos Analíticos y ahora es abuela. Así que ella también marcó mi paso por la química.

-En este momento está en discusión la modificación de las curriculas de las materias teniendo en cuenta la perspectiva de género ¿crees que es necesario?
-Creo que nuestras graduadas están teniendo algunas dificultades en conseguir sus primeros empleos por, tal vez, alguna cuestión de género. Nosotras tenemos un poco menos de fuerza, en ese sentido, a veces hay actividades o tareas que no podemos realizar con la misma comodidad o velocidad, relacionadas con el traslado de peso. Esto hace que a veces una mujer capacitada para una tarea, pero que tiene adicionalmente esta actividad, no sea considerada igual que un varón. A nivel de estudio no hay ninguna diferencia, el punto es las tareas que tiene que realizar. En ese sentido, creo que es necesario una sensibilización por parte de la industria respecto de acomodar las tareas para que todos tengan las mismas posibilidades de trabajo. Porque se están perdiendo muchas buenas profesionales.

- ¿A lo largo de tu carrera tuviste las mismas posibilidades que un hombre para desarrollarte profesionalmente?
-Tuve las mismas posibilidades, pero la vida de cada uno de nosotros es única y siempre hay escollos. No puedo decir que haya sufrido discriminación por el hecho de ser mujer en lo que hace a mi carrera académica, lo cierto es que hay situaciones en la vida de una mujer, como por ejemplo, tener un hijo, que son propias de las mujeres y eso hace que una se aleje de la profesión por un tiempo. En cambio, los varones aun siendo padres pueden continuar produciendo durante ese tiempo. En mi generación tal vez se ve que la distribución de responsabilidades en el hogar o en el cuidado de familiares no es pareja. Por ejemplo, ante la enfermedad de un hijo se queda la mamá en casa y eso repercute en un avance un poco más lento en la carrera y son esos avances los que se miden a la hora de concursar o de buscar una promoción en un organismo como el Conicet. Entonces el tener un hijo no suma en el CV, no es un paper.

-¿Crees que hay una diferencia o que la mujer puede aportar algo extra a la hora de producir conocimiento?
- Creo que sí, es una mirada diferente. Particularmente siempre me han preocupado todas aquellas acciones que realizamos en pos de tener una mejor calidad de vida. Un tema que es común a todas mis investigaciones es la calidad del agua, que nos atraviesa a todos. Parte de mis estudios están centrados en tratar de bridar herramientas para estudiar la calidad del agua, mejorarla y, en particular, lo que me ha interesado desde hace mucho tiempo son los metales. ¿Por qué? Son sustancias que a diferencia de los compuestos orgánicos, como los detergentes o los pesticidas, no se degradan y quedan siempre en el ambiente adoptado diferentes formas, pero están presentes, y eso siempre ha sido un motivo de preocupación para mí. Creo que es esa mirada la que aporta mi perspectiva.

-¿Cómo te ves en un futuro? ¿Haciendo qué?
-Me gustaría muchísimo continuar en la investigación. A esta altura yo ya no hago el trabajo de mesada, sino que lo hacen las personas que están en formación, no porque no lo desee sino porque ya tengo muchas otras actividades a las cuales dedicarme. Pero disfruto mucho del trabajo de mesada y disfruto mucho del formar. Entonces, creo que esas serían dos tareas que me gustaría seguir desarrollando en el tiempo. Realmente me hacen sentir muy bien, en particular, para mí hacer mediciones es como un cable a tierra, me concentró en eso y lo hago y disfruto. Y estar trabajando con otras personas y formándola también es una actividad que da mucha satisfacción. Ver el avance del otro es realmente hermoso.

Marcela Bello

A continuación el podcast

Biografías, historias en mujeres en la ciencia, es una coproducción entre la Dirección General de Comunicación y Prensa de la UNGS y FM La Uni.

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