Estudiantes, graduados y graduadas de Lengua y Literatura asistieron a una función de Salomé, de Richard Strauss
El pasado sábado 25 de octubre, en el marco del ciclo ¿Vamos a la ópera?, organizado por el Área de Investigación en Lengua y Literatura de la UNGS, asistimos, en el Teatro Colón, a la función preestreno de Salomé, de Richard Strauss.
La ópera de Strauss, estrenada en 1905 y basada en la pieza homónima de Oscar Wilde, toma como punto de partida la conocida historia bíblica de la hija del tetrarca Herodes Antipas, que se entrecruza con la de Jochanaan (Juan el Bautista), durante las festividades por el cumpleaños del tetrarca de Judea. Lo escueto de lo referido en los relatos bíblicos a este episodio dio el lugar a Wilde para una reescritura cargada de provocación, morbo y deseo desenfrenado. Jochanaan está poseído por su fervor religioso que lo lleva a vituperar a viva voz la unión incestuosa del tetrarca con quien fuera la mujer de su hermano y madre de Salomé, Herodías. Salomé se obsesiona con Jochanaan y ella, a su vez, es objeto de la obsesión de Narraboth, capitán de la guardia, y de Herodes, su padrastro.
En la obra de Wilde se revela que Herodes tuvo prisionero por doce años al padre de Salomé en la misma cisterna en la que ahora, en la noche de los acontecimientos, se encuentra encerrado Jochanaan. A aquel termina por hacerlo estrangular, a este le teme, pues lo considera un hombre de Dios, y se rehúsa a entregarlo a quienes lo quieren asesinar. Por su parte Salomé ve en el prisionero un símbolo de castidad y pureza que a ella le resulta ya inaccesible, su padrastro se la ha arrebatado.
La Orquesta Estable del Teatro Colón, bajo la dirección de Philippe Auguin, muestra todos los matices sonoros que prueba en su paleta tonal el compositor alemán, y el aprovechamiento de esas dimensiones se ven explotadas con una ejecución vibrante que no compite con la interpretación vocal del elenco, sino que estas se ensamblan con perfección. Respecto de esto último, merece destacarse el rol de los cantantes, donde sobresale la soprano Ricarda Merbeth en el rol de Salomé. El trabajo de Bárbara Lluch y de Daniel Bianco, como directora de escena y como escenógrafo son determinantes para el desempeño actoral del conjunto, que brinda un gran espesor dramático. Además, la puesta repone desde lo extralingüístico y lo simbólico elementos de la obra de Oscar Wilde que no se explicitan en la adaptación recogida por Strauss. Uno de los puntos cúlmine de la obra es el de la danza de Salomé, aquí se aprovechan esos minutos para reforzar la narrativa del conflicto: sale a escena, primero, una Salomé niña y, luego, una adolescente que interactúan, respectivamente, con su madre y su padrastro, mostrándonos una progresión en la que sendas relaciones van perdiendo su inocencia.
La escenografía consiste en una plataforma de círculos concéntricos giratoria que habilita desplazamientos de planos en una obra de un solo acto, en la que no hay, desde el libreto, cortes temporales y, por ejemplo, el personaje de Salomé nunca sale de escena. En un ambiente tan minimalista ocupa un lugar preponderante una luna gigante, testigo impávido de los acontecimientos, símbolo de la pureza, la castidad, pero también de la muerte.
La selección del vestuario es otro acierto, despegando la trama del cuadro bíblico y ubicándolo en el del fascismo europeo de los años ’30 y con ello resaltando la universalidad de la historia. Desde lo visual priman el blanco y el negro solo interrumpido por el rojo, en los vestidos de Salomé, el de Herodías y la sangre de Jochanaan.
En la historia bíblica es Herodías quien le dice a Salomé que pida a Herodes la cabeza de Jochanaan. En la reescritura para esta obra, Salomé no repite las palabras de nadie, aunque no puede evitar pensarse que sus decisiones están fuertemente afectadas por su historia familiar. Sus acciones no son -ciertamente- racionales, pero al mismo tiempo, y tal vez justamente por eso, queda suspendida en el aire, como aquel disco lunar, la pregunta de qué tan responsable, o más bien culpable, es Salomé por aquellos actos. Por su parte, el tetrarca ¿teme a Jochanaan por ser un hombre de Dios (de una religión que no es la suya) o solo en tanto referente religioso, es decir, de uno de los componentes identitarios más importantes del pueblo sobre el que gobierna? Los invitados a su cumpleaños, judíos nazarenos, romanos y egipcios, todos ellos son testigos de los sucesos sin que nadie se escandalice, más aún, algunos de ellos se regocijan con la muerte de Jochanaan y la obra nos invita así a pensar en la lujuria y decadencia de las clases dirigentes, su perversión y pérdida de humanidad.
Por Juan Montesino, estudiante del Profesorado en Lengua y Literatura








