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Notas marginales | Desacuerdos profundos y postverdad

Desacuerdos profundos y postverdad: el caso argentino del discurso contra la “casta”
Andrés Espinosa*

 

¿Cómo sostener una democracia deliberativa cuando la lógica de la postverdad ha erosionado los acuerdos más básicos sobre la realidad?

En la teoría política contemporánea, el ideal deliberativo formulado por Jürgen Habermas parte de una confianza fundamental: que las y los ciudadanos pueden llegar a acuerdos racionales mediante el uso del lenguaje. Para ello, es necesario compartir ciertas condiciones mínimas —como el respeto mutuo, el reconocimiento de la autoridad epistémica y la disposición a revisar nuestras creencias a la luz de mejores argumentos—. Pero ¿qué ocurre cuando esas condiciones desaparecen? ¿Qué pasa cuando el/la otro/a no es visto como un interlocutor legítimo, sino como un enemigo moral, político o incluso ontológico?

En los últimos años, la teoría de los desacuerdos profundos ha ganado terreno en la filosofía contemporánea. A diferencia de los desacuerdos ordinarios, que se resuelven con argumentos o evidencias compartidas, los desacuerdos profundos son aquellos en los que las partes no coinciden siquiera en qué cuenta como una buena razón, una fuente confiable o un criterio de verdad. Son, en términos estrictos, rupturas epistemológicas. Cuando se combinan con la lógica de la postverdad —un entorno donde las emociones pesan más que los hechos, y la adhesión a una idea se basa en la identidad antes que en la evidencia—, el resultado es una esfera pública profundamente fragmentada.

El caso argentino reciente ofrece un ejemplo paradigmático: el ascenso de Javier Milei y su guerra discursiva contra la llamada “casta”. Este concepto, más que un término técnico, opera como un significante político emocional. Reúne en un solo rótulo a políticos tradicionales, sindicalistas, periodistas, académicos e incluso instituciones enteras del Estado. Su fuerza reside en la simplicidad simbólica: no es necesario comprender las complejidades del sistema político o económico; basta con identificar a los culpables.

Este tipo de discurso no busca deliberar, sino movilizar. No propone un diálogo entre posiciones distintas, sino una deslegitimación total del otro. No apela a la razón, sino a la bronca. Desde una perspectiva habermasiana, el problema es evidente: se socavan las bases mismas del debate democrático. No se trata solo de disentir sobre políticas públicas, sino de habitar universos epistémicos diferentes.

El desacuerdo profundo no es solo sobre si se debe cerrar o no el Banco Central; es sobre qué es el Estado, qué valor tiene lo público, qué significa libertad. En este escenario, la política se vuelve un campo de batalla de creencias inconmensurables, donde el adversario ya no es alguien con quien debatir, sino alguien que debe ser silenciado o expulsado del campo simbólico.

Frente a esto, la pregunta es tan filosófica como política:
¿Cómo sostener una democracia deliberativa cuando la lógica de la postverdad ha erosionado los acuerdos más básicos sobre la realidad?
Tal vez, como advirtió Habermas en los últimos años de su obra, debamos abandonar el optimismo ingenuo de la razón comunicativa universal y comenzar a pensar en nuevas formas de mediación, reconocimiento y disenso. Porque si no hay un mínimo de lenguaje compartido, lo que queda ya no es política: es ruido.

 

Para comprender mejor el fenómeno consultamos a Gustavo Arroyo, editor del libro Desacuerdos profundos. Debates y aproximaciones, Ediciones UNGS

A.E.: ¿Qué son los desacuerdos profundos?
G. A.: Hay una serie de rasgos que, en un sentido preteórico del término, podemos utilizar para caracterizar a los desacuerdos profundos. En primer lugar, son desacuerdos persistentes, que se resisten a la resolución racional. Además, los desacuerdos profundos suelen presentar cierta sistematicidad: las personas que discrepan profundamente sobre un tema, tienden a estar en desacuerdo sobre muchas otras cosas a la vez. Otros rasgos característicos son el hecho de involucrar a colectivos sociales (no solo a individuos), de dar lugar a debates acalorados y de generar polarización.

Si miramos al panorama de las ciencias y de los debates que tienen lugar en la vida pública, vemos que muchos desacuerdos exhiben las características que acabo de mencionar y merecen, por ese motivo, ser denominados de desacuerdos profundos. En el artículo que da inicio a la investigación sobre el tema, “la lógica de los desacuerdos profundos” de Robert Fogelin, publicado en 1985 por la revista Informal Logic, se analizan dos casos de desacuerdo profundo, el debate sobre la moralidad del aborto y el debate sobre la justicia de las cuotas de discriminación inversa (también llamadas “acciones afirmativas”, tales como garantizar un porcentaje mínimo de mujeres en cargos políticos, corporativos o académicos).

A.E.: ¿Qué problemas busca elucidar la teoría de los desacuerdos profundos? 

G.A.: Cuando estamos inmersos en un desacuerdo profundo, tendemos a creer que el consenso es impedido por algún defecto de nuestro oponente, como dogmatismo, mala fe, incompetencia lógica o sesgos cognitivos, etc. En otras palabras, creemos que, si fuera lo suficientemente imparcial, informado y competente, debería finalmente aceptar nuestro punto de vista.  Así, la persistencia del desacuerdo tiende a ser explicada exclusivamente en términos psicológicos. Uno de los objetivos de la investigación sobre desacuerdos profundos es explorar razones de orden estructural que obstaculicen el consenso como podría ser el hecho de que los participantes del diálogo operen en diferentes “sistemas epistémicos” o adhieran a diferentes “cosmovisiones”. Otro objetivo de esta tradición es determinar si esos obstáculos pueden ser de una magnitud que hagan imposible el acuerdo (sin importar qué tan bien informadas estén y que tan bien intencionadas sean las partes del desacuerdo). De hecho, en su artículo Fogelin sostiene que los dos desacuerdos que mencioné antes, el de la permisibilidad del aborto y el de la legalidad de las acciones afirmativas son racionalmente irresolubles. Deberíamos apelar entonces a formas “no racionales” de producir convencimiento como la propaganda, la aculturación o la persuasión retórica.  Pero sobre esta cuestión no hay realmente consenso entre los especialistas. Hay una parte de la bibliografía que considera que todos los desacuerdos son en principios resolubles racionalmente. 

A.E.: ¿Qué podría decirnos la teoría de los desacuerdos profundos sobre algunos de los desacuerdos que existen actualmente en la Argentina?

G.A.: La literatura sobre desacuerdos profundos puede ofrecer herramientas conceptuales valiosas para entender por qué ciertos debates —como los que atraviesan a la sociedad argentina hoy— resultan tan difíciles de resolver, incluso entre personas bien informadas y dispuestas a dialogar. En lugar de reducir el conflicto a una mera falta de datos, mala fe o irracionalidad de una de las partes, esta tradición filosófica sugiere que, en muchos casos, las personas están operando desde marcos conceptuales distintos, sostenidos por compromisos básicos —epistémicos, éticos o culturales— que no son fácilmente negociables o fácilmente justificables. Comprender esto puede permitir una lectura más matizada del desacuerdo: en vez de ver al otro como simplemente desinformado o fanático, uno empieza a reconocer que hay una arquitectura de fondo que sostiene esas posiciones. No se trata de justificar cualquier postura, ni de caer en un relativismo sin criterios, pero sí de reconocer que ciertos desacuerdos no se resolverán simplemente apelando a más evidencia o mejores argumentos, porque lo que está en juego puede ser precisamente cómo evaluamos la evidencia y qué consideramos un buen argumento.

 

* Licenciado en Comunicación. Director de Ediciones UNGS.

Las siguiente lecturas inspiraron esta columna:
Arroyo, Gustavo (ed.). Desacuerdos profundos. Debates y aproximaciones. Los Polvorines: Ediciones UNGS, 2024.
Fogelin, Robert J. “The Logic of Deep Disagreements.” Informal Logic, Vol. 5, No. 1 (1982): 1–8.
Habermas, Jürgen. Teoría de la acción comunicativa. Vol. I y II. Madrid: Taurus, 1987.
Keyes, Ralph. The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life. New York: St. Martin's Press, 2004.
Laclau, Ernesto. La razón populista. Fondo de Cultura Económica, 2005.
McIntyre, Lee. Post-Truth. Cambridge, MA: MIT Press, 2018.

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