Notas marginales | El calefón alquímico. Ciencia, fracasos y esoterismo
por Andrés Espinosa*
Hay una zona fronteriza de la ciencia donde la fascinación se mezcla con el delirio, la invención con la ilusión, y el experimento con el espectáculo. Allí florecen las historias de móviles perpetuos, lluvia invocada desde una caja metálica o monos enviados al espacio desde el desierto riojano. En esos bordes —tan alejados del laboratorio como del zodíaco— el fracaso no siempre es un final: a veces es el comienzo de una leyenda.
En Manual de tecnoutopías argentinas (Ediciones UNGS), Guillermo Jorge explora ese cambalache científico nacional donde se cruzan la utopía, el disparate, la política y la pasión. El libro no ofrece una historia “oficial” de la ciencia argentina, sino un mapa de sus desvíos, sus personajes marginales, sus momentos de delirio colectivo. Una especie de alquimia criolla, con científicos autodidactas, inventores románticos y visionarios incomprendidos que persiguen la idea —tan insensata como seductora— de una ciencia propia, independiente, latinoamericana.
Desde el mago de la lluvia Juan Baigorri Velar hasta el doctor Richter y su energía atómica de entrecasa; desde el ratón Belisario astronauta hasta los móviles perpetuos patentados por inventores de barrio, lo que aparece es una galería donde el escepticismo convive con el deseo. No se trata solo de fracasos científicos, sino de tentativas cargadas de imaginación técnica, imaginación política, y también de un esoterismo nacional, donde —como en el tango— la “Biblia llora junto al calefón”.
Es fácil reírse de estos episodios. Lo difícil es ver en ellos un síntoma. No de ignorancia, sino de aspiración: de una ciencia que quiso ser propia, aunque no tuviera ni presupuesto, ni legitimidad, ni rigor. Ese impulso, dice Jorge, también forma parte de nuestra cultura tecnocientífica.
“La ciencia no avanza a pesar de los errores, sino con ellos”, recuerda Diego Golombek en Ciencia, ¿lírica o épica?, y acaso ahí reside el corazón de esta otra historia de la ciencia argentina: en los tropiezos, las exageraciones, incluso los fraudes, que dejan entrever un deseo de soberanía, de invención, de pertenencia.
Por eso vale la pena pensar, como señalan Silvia Alderoqui y Pablo Pineau, que “las formas de contar la ciencia son también formas de pensarla”. Estas historias marginales, que rozan lo esotérico o lo tragicómico, también nos cuentan algo sobre cómo imaginamos el futuro, qué le pedimos a la ciencia y de qué modo la ciencia —o su caricatura— se convierte en un espejo de nuestras esperanzas.
Quizás ahí radica el valor de este libro: en recordarnos que la historia de la ciencia no se escribe solo con papers y premios Nobel, sino también con obsesiones, fracasos, derivas populares y una dosis ineludible de magia.
* Licenciado en Comunicación. Director de Ediciones UNGS.
Las siguientes lecturas inspiraron esta columna:
Guillermo Jorge, Manual de tecnoutopías argentinas, Los Polvorines: Ediciones UNGS, 2025.
Diego Golombek, Ciencia, ¿lírica o épica?, Buenos Aires: Siglo XXI, 2014.
Silvia Alderoqui y Pablo Pineau, Museos, escuelas y medios, Buenos Aires: Paidós, 2003.