Notas marginales | Inteligencia Artificial, Turing y los replicantes
Su futuro y, más importante, nuestro presente
Andrés Espinosa*
[…]
Holden: Está usted en un desierto, caminando por la arena, cuando…
León: ¿Eso ya es el test?
Holden: Sí. Está usted en un desierto, caminando por la arena, cuando de repente…
León: ¿En cuál?
Holden: ¿Qué?
León: ¿Qué desierto?
Holden: El desierto que sea. No importa. Es hipotético.
León: ¿Y por qué iba a estar allí?
…
Holden: (...) ¿Por qué es así, León? Sólo son preguntas, León. El Test Voight-Kampf está hecho para provocar una respuesta emocional. ¿Quiere que sigamos? Descríbame, con palabras sencillas, sólo las cosas buenas que le vienen a la mente… acerca de su madre.
León: ¿Mi madre?
Holden: Sí.
León: Le voy a hablar de mi madre….
[León saca una pistola y…]
Así comienza Blade Runner (Scott, 1982), película ambientada en un futuro cercano, decadente y semi apocalíptico, en el que los seres humanos conviven con androides físicamente idénticos a los humanos, pero incapaces –en teoría– de sentir. Estas máquinas, llamadas Replicantes, fueron creadas para trabajar para los humanos. Cómo puede esperarse, habiendo visto y leído suficiente ciencia ficción, algunos Replicantes en la película Blade Runner se están rebelando contra los humanos. Al carecer de sentimientos –una vez más en teoría– la mejor manera de detectar a los Replicantes es someterlos al Test Voight-Kampff. Este test, que aparece en la novela en la que se basó la película Blade Runner, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, es una metáfora del Test de Turing público y automático para diferenciar máquinas y humanos (publicado en 1950).
Verónica Becher, en su artículo dentro del libro Turing, herencias y enigmas, publicado por Ediciones UNGS, describe a Alan Turing como un joven desaliñado, con ciertas dificultades en la escuela, pero que en la universidad hizo una contribución fundamental: la Máquina de Turing de 1936. Este desarrollo puramente teórico fue la semilla de los estudios sobre la manipulación de símbolos abstractos, que más tarde dio lugar a los avances en la computación moderna. Fue el inicio del mundo en el que hoy vivimos, dominado por teléfonos, relojes y tvs inteligentes, internet, redes sociales y la inteligencia artificial. La figura de Turing se popularizó significativamente a partir del biopic bélico estadounidense de 2014 El código enigma (The Imitation Game), centrado en el matemático, criptoanalista y pionero de la computación británico. La película aborda su trabajo en el desciframiento de los códigos de la Máquina Enigma, con la que la Alemania nazi cifraba sus mensajes durante la Segunda Guerra Mundial.
La prueba de Turing o test de Turing es una herramienta diseñada por el matemático para evaluar la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente indistinguible al de un ser humano. Alan Turing propuso que un humano examinara conversaciones en lenguaje escrito entre un humano y una máquina diseñada para generar respuestas similares a las de un humano. El examinador trataría de determinar quién era el ser humano y cuál la máquina.
Curiosidad: Le dí a revisar este texto a Chat GPT (aclaro que solo a modo de ejercicio) y en la revisión la IA reemplazó ese “cuál” por un “quién”.
Parece ser que Turing estaba considerando una máquina como la que hoy denominamos una IA Generativa, como el Chat GPT con el que muchos de nosotros y nosotras hemos ya interactuado. Es decir, una respuesta en un chat, un texto o una imagen creadas o editadas mediante un algoritmo computacional que, dejando de lado por ahora cualquier valoración, reemplaza total o parcialmente una tarea realizada por un ser humano.
En los últimos meses –yo diría que desde la popularización de Chat GPT-4, una IA “de verdad inteligente”– la inteligencia artificial es percibida por una buena parte de las personas como una ola imparable capaz de transformar radicalmente la vida de todas las personas dentro de muy poco tiempo. Una ola que podría, tal vez, aplastarnos irremediablemente en un futuro post-apocalíptico o, quizás, llevarnos a un paraíso tecnológico en el que las máquinas inteligentes hagan todo el trabajo mientras los seres humanos nos dedicamos al ocio y al placer. Nuestro futuro podría parecerse al de Los Supersónicos, con avances tecnológicos que permiten a las personas vivir sin esfuerzo y pocas preocupaciones, mientras las máquinas se encargan del trabajo pesado sin costo alguno. O bien, podríamos enfrentarnos a un futuro en el que las inteligencias artificiales nos dominen, esclavicen o, incluso pretendan aniquilarnos, como en Terminator o Matrix.
Si te dan a elegir, ¿en cuál de estos futuros te gustaría vivir? ¿Crees que ese futuro deseado es realmente posible? ¿Posible para todos? ¿Es uno u otro? Y, quizás las preguntas más inquietantes de todas son ¿es un futuro o es el presente por lo que debemos preocuparnos, o, tal vez, ocuparnos? Expresado de otra manera ¿cómo se construye hoy ese posible futuro muy muy cercano en el que las IA “ayuden” en casi todos los aspectos de la vida? ¿Cómo se viene construyendo, a costa de qué y de quiénes?
La Inteligencia Artificial no es una entidad etérea hecha de algoritmos en la nube. Existe de forma física, material y está hecha de combustible, de agua, de recursos naturales, de infraestructuras y de mano de obra. Y desde luego no son inocentes ni desinteresadas, están diseñadas para servir a los intereses de los poderes tecno-económicos que las crearon y manipulan. El economista Yanis Varoufakis señala que el capitalismo, digamos, tradicional que se sustentaba en maximización de ganancia a partir de la producción y el mercado ya no domina la economía. El autor griego señala que ese capitalismo está siendo, ha sido, superado por un tecno feudalismo bajo el dominio de las big tech (Open IA, Meta, Amazon, Apple, Microsoft, X) y sus dueños súper millonarios. El mercado y los beneficios del capitalismo han sido reemplazados por el dominio de las plataformas y la pura extracción de rentas del tecno feudalismo. Y partiendo de allí, cualquier futuro considerable en un mundo que sigue a nuestro presente no se puede prever muy diferente del que hoy tenemos, en cuanto a los equilibrios y desequilibrios, igualdades y desigualdades, ricos y pobres, incluidos y excluidos. Un mundo en el que un porcentaje muy chico de los seres humanos ostenta casi todos los privilegios a costa de que todos los demás seres humanos no tengamos casi ninguno, pero sí consumamos esos ceros y unos que al mismo tiempo les regalamos. Vale la pena considerar las pesadillas que subyacen al aparente paraíso de la vida social tecnologizada y las soluciones de la inteligencia artificial. Los grandes jugadores de la tecnología y los poderes económicos controlan la manipulación de los recursos naturales esenciales, como la energía, el agua, el litio y el silicio. Como se menciona en varios libros críticos sobre el surgimiento de la inteligencia artificial, y cómo ha pasado históricamente, los grandes poderes van arriba de la ola y el resto, bueno, cumplimos nuestra parte en el mundo submarino. El futuro cercano probablemente no sea ni utópico ni totalmente apocalíptico, sino más bien una mezcla de ambos, al estilo de algunos episodios de la serie Black Mirror.
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* Licenciado en Comunicación. Director de Ediciones UNGS.
Las siguiente lecturas inspiraron esta columna: Atlas de inteligencia artificial, de Kate Crawford; La inteligencia artificial o el desafío del siglo, de Éric Sadin; Turing, herencias y enigmas, de E. Cesaratto, M. Falsetti y L. Rozenmacher (comps.), Ok. Pandora, de C. López, T. Balmaceda, M. Zeller, J. Peller, C. Aguerre y E. Tagliazucchi, Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo, de Yanis Varoufakis.