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Notas marginales | Una Córdoba quemada

Guillermo Galíndez tiene 79 años. Tenía 23 cuando fotografió en 1969 el Cordobazo. Una de las fotografías que tomó ilustran la tapa de 1969. Protesta y liberación, libro de Mónica Gordillo, que forma parte de la serie Años cruciales, y fue publicado en forma reciente por Ediciones UNGS. Fotógrafo, militante político, Galíndez conversó con Ediciones UNGS.

La Córdoba de 1969*

Guillermo nos cuenta que la dictadura de Onganía era una dictadura total. Especialmente dura para aquellos que luchaban por una democracia. Salir a la calle era hostil, más si los chicos se dejaban el pelo largo o la barba. Si salían así, la policía rompía una botella y con el vidrio los afeitaba. A Guillermo una vez lo detuvieron por andar con pantalones cortos. “Prohibido caminar abrazado, besarse en la calle era imposible. Los homosexuales y las prostitutas, pobrecitos”.

Y después, la lucha de los sindicatos a los que cada tanto iban cercenando. Guillermo recuerda lo que pasó en Tucumán: “Onganía había cerrado todos los ingenios de azúcar. Miles y miles de personas empezaron a emigrar a otras provincias: Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires”. Y con los cierres la persecución y posterior eliminación de uno de los sindicatos más fuertes de ese entonces, la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA). En Córdoba ya se venía sintiendo, para un jóven trabajador como él, ser delegado significaba que tenía su cesantía encima, había paro y lo echaban. Algunas veces les daban indemnización y otras no. Las famosas listas negras. “Es que el 69, el Cordobazo, fue la consecuencia de muchas cosas que arrancaron en el 55”.

“Cosas” que hacen que a Guillermo le brote el nombre de Atilio López, al que luego en el 74 le pusieron 132 balazos para matarlo. Ahí vemos el odio, contra él y contra muchos de sus compañeros que fueron desapareciendo o eliminando de otras formas: los metían presos o simplemente los dejaban sin trabajo. El clima era de total tensión, y aun así los chicos y las chicas buscaban de alguna manera divertirse. No eran unos “ponebombas”. Hacían peñas, intentaban encontrarse a pesar de la represión. Había un clima de solidaridad y no importaba si todos no compartían el mismo signo político porque todos eran compañeros que luchaban por la democracia. “Eso mucha gente hoy no lo entiende, que uno pueda tener amigos o compañeros que piensen diferente, pero totalmente diferente. Porque teníamos un enemigo en común: la dictadura. Y teníamos ganas de vivir. Pero fue duro, muchos compañeros quedaron atrás”.

“La generación de los 70, pero de los que están en los setenta ahora”, nos dice Guillermo riendo, mantiene vigente aquella solidaridad. Nos cuenta que hace poco uno de los compañeros enviudó y sus hijos se fueron a vivir al exterior. “Y él se quedó acá y no tiene a donde ir, tiene una pensión de la mínima, entonces nos juntamos con los viejos compañeros, pusimos plata y lo aguantamos. Hemos tenido la suerte de ponerlo en un geriátrico municipal. Y eso nos va pasando. Lo lindo que vos le hablás a uno de los compañeros y están, esa solidaridad no tiene precio”.

Hay que salir a sacar fotos

Guillermo, además de estudiar por las tardes, trabajaba para la Municipalidad como zorro. El 30 de mayo de 1969 había estado dirigiendo el tránsito en un sitio que luego sería clave, en la Av. Olmos intersección con la Av. Maipú. El paro estaba programado para las 10 de la mañana. Él y sus compañeros estaban acostumbrados a las manifestaciones y los actos relámpago pero ese día se notaba un clima de angustia en la calle, de miedo, “como la sensación que trae el viento del norte, ese que trae leyendas. La gente corría, se iba a su casa. No había transporte. Se sentía el ruido de las cortinas metálicas que caían y ya se escuchaban las pequeñas bombas de estruendo, porque en el centro estaban los de correo, los empleados de comercio y Luz y Fuerza que eran gremios importantes". A las 11 se fue a almorzar con sus compañeros y después se fue a su casa. Vivía cerca, a unas quince cuadras, en el barrio Alta Córdoba. Después se enteraría que sus tres hermanos lo habían buscado desesperados, pensando que algo le había pasado.

Un compañero que vivía a un par de cuadras de la cancha de Instituto lo despertó. Algo estaba pasando. Le dijo: “Loco, ¿qué hacemos?". "Y vamos”.

El centro de Córdoba está marcado por el río y para pasar por el río hay puentes, lo que hace fácil detener el avance porque podían tomarlos en el puente los militares y listo. En aquella época los zorros tenían un uniforme, “idea de algún iluminado que había andado por Estados Unidos: un gorro hexagonal verde, cuellito con botones y un pilotín”. Así, con el pilotín arriba y la credencial que decía “Inspector Municipal”, se toparon con el primer control. Dijeron que iban a dirigir el tránsito… “Pero qué transito íbamos a dirigir, si estaba todo … un verso. Entonces enseñamos la credencial y a partir de ahí empezamos a caminar y a los controles que siguieron les dijimos lo mismo”.

Lo primero que vieron fue una "Córdoba quemada. Pero una cosa muy importante: no hubo rapiña, no hubo robo. Vos ibas y veías una vidriera rota y estaba un grabador, una cocina... No se hizo para, como en otras épocas, para robar. Era una cosa que era propia de la época. Lo hacían en contra de la dictadura y para que se sintiera. Ahí empecé a sacar fotos a todos los lugares, no sacando fotos por sacar fotos, sino una foto que tuviera un sentido político y artístico”.

En las fotos de Guillermo no hay manifestantes. Aparecen autos quemados, carteles caídos, pintadas en los muros y personas observando. Grupos de personas observando el impacto de la manifestación. Algunos conversando, otros al margen caminando, ajenos. Pero ningún manifestante, nadie en el calor de la revuelta. “Eso es una cosa que jamás saqué ni saco, por más extraordinaria que sea la foto, porque en aquella época sacarle una foto a alguien en una revuelta significaba meterlo preso”.

La fotografía

A Guillermo siempre le gustó la fotografía. Empezó con una cámara de cajón, del mismo tipo que un día desarmó cuando era chico para ver cómo era por dentro. Se dedicó a la fotografía social, a hacer murales y a fotografiar la ciudad. El trabajo de fotógrafo le permitía vivir. Cuando lo echan en la época de Onganía, con la indemnización pudo comprar una máquina de fotos mejor, la ampliadora y todo el equipo de revelado. Sentía mucha satisfacción de hacer todo el proceso por su cuenta.

A las fotos del Cordobazo pocas veces las vendió. Antes de la democracia del 73, en la capital -al lado de la catedral, en la calle 27 de abril- en una época en la que estaba sin trabajo, él y sus compañeros armaron un kiosko para vender fotos de paisajes de Córdoba. Pero por abajo, para quienes sabían, vendía las fotos que había sacado aquel 30 de mayo. Las fotos viajaron por el mundo, con los compañeros que tuvieron que exiliarse. Sin embargo, debieron pasar muchos años para que las fotos, las que sobrevivieron, pudieran mostrarse en el país.

En el 71 lo echaron dos veces de su trabajo, la última se tuvo que exiliar. Los negativos los escondió su esposa en un tarro de metal, de esos en los que se vendían las galletitas, bajo tierra tapados por unos ladrillos. Ahí estuvieron un tiempo hasta que Guillermo pudo volver a la Argentina durante la democracia del 73, gracias a la ley de amnistía de Héctor Cámpora. Pero llegó la dictadura del 76 y nuevamente tuvieron que esconderlos. Esta vez los envolvieron con el papel metalizado de las cajas de cigarrillos y con unas servilletas rosas y los ocultaron dentro del caño de una mesa de vidrio que habían podido comprarse con su trabajo en la fábrica de rastrojeros. El peligro era que “los muchachos de ropa gruesa” entraran a su casa, como lo habían hecho en otras ocasiones, rompieran cualquier cosa para encontrar lo que sea. El lugar era perfecto. Pero los años pasaron y los rollos se fueron arruinando, varios se rompieron. Guillermo recuerda con lástima unas fotos que había sacado del viborazo y un par de rollos de Ezeiza.

Recién en 2004 pudo recuperar las fotos. En aquel año varios compañeros se reunieron para armar entre todos la historia de aquella Córdoba, su historia. Fue en una de esas reuniones en la que surgió la idea de armar una exposición con las fotos de Guillermo. Con su esposa, con quien había trabajado la fotografía desde siempre, empezaron a revelar en su casa, en el dormitorio que había dejado su hija recién casada y usando el baño para lavar los papeles fotográficos. Un trabajo que era como un sueño pero que se les hacía difícil, no solo porque los materiales ya no se encontraban, sino porque también eran caros (el papel, los químicos). Con la ayuda de los compañeros pudieron terminar el proceso, incluidos los marcos. Y llegó el día de la muestra. “Pero con un temor porque íbamos a participar de una exposición donde participaba Luz y Fuerza y Gráfico y nosotros temerosos presentamos las fotos… Fue un éxito, eran las únicas originales, el resto eran copias”.

La exposición se repitió otra semana más y a partir de ahí lo empezaron a llamar de otros lados. Desde ese día ha realizado (y realiza) exposiciones a lo largo del país.

***
Si andan por Córdoba, Guillermo tiene exposiciones en el Museo Casa de La Reforma Universitaria, en el Palacio Dionisi y en el edificio de la CGT Regional Córdoba. Los negativos que le quedaron los donó al Archivo Provincial de la Memoria. Pueden encontrar varias de sus fotos y una entrevista audiovisual en https://www.elcohetealaluna.com/el-cordobazo-y-la-mirada-de-los-otros/

El libro 1969. Protesta y liberación se puede adquirir en el siguiente enlace: https://www.ungs.edu.ar/libro/1969

*Escrito por Francisco Marcaletti. Ediciones UNGS

 

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